Ante todo, agradezco a las y los amigos del equipo que organizó este VIII Simposio del Centro Mundial de Estudios Humanistas por su espléndida labor, a todos los que participamos por el empeño puesto en dar lo mejor de sí y a todos quienes nos acompañan en estos intercambios de ideas y experiencias.
En cuanto a la ponencia que expondré a continuación, cuyo título es “El sujeto histórico colectivo de la Nación Humana Universal”, quiero agradecer especialmente a las y los amigos de Parques de Estudio y Reflexión Paravachasca con quienes sostuvimos diálogos acerca de los temas aquí planteados, diálogos que sin duda continuarán expandiéndose.
Entrando en materia...
La Nación Humana Universal
A cada tiempo histórico le corresponde un proyecto evolutivo, que conecta con el proceso mayor de la especie desde la circunstancia resultante de tendencias vigentes en cada época.
En la actualidad se evidencia una acelerada interconexión entre las diversas culturas diversas, momento de desarrollo del proceso de mundialización, asomando por primera vez en la historia humana una civilización planetaria.
A diferencia de la globalización, como “corriente homogeneizadora que impulsan el imperialismo, los grupos financieros y la banca internacional, que se extiende a expensas de la diversidad y autonomía de los estados nacionales, de la identidad de las culturas y subculturas”, la mundialización según señala el Diccionario del Nuevo Humanismo, es una dirección hacia la cual “tienden a converger las diferentes culturas sin perder por esto su estilo de vida y su identidad, modelando progresivas configuraciones como las federaciones nacionales, las regionalizaciones federativas acercándose finalmente a un modelo de confederación mundial multiétnica, multicultural y multiconfesional, es decir, a una nación humana universal.”[1]
Esta definición nos plantea una reflexión: Rechazando de plano la monstruosidad de que una cultura pretenda imponer sus modelos a otras, ¿es posible converger sin que en esta relación se trasladen y absorban contenidos y emerjan elementos de sinergia que modifiquen el estilo de vida y la identidad de cada cultura y subcultura?
Sin duda que, como veremos más adelante, la cuestión se resuelve considerando a las identidades no como entidades inmóviles sino en su dimensión dinámica.
En la introducción a Mitos Raíces Universales, Silo plantea: “Hoy están desapareciendo las culturas separadas y, por tanto, sus patrimonios míticos. Se advierten modificaciones profundas en los miembros de todas las comunidades mientras reciben el impacto no solamente de la información y la tecnología, sino también de usos, costumbres, valoraciones, imágenes y conductas sin importar mucho el punto de procedencia. A ese traslado no podrán sustraerse las angustias, las esperanzas y las propuestas de solución que tomando expresión en teorías o formulaciones más o menos científicas, llevan en su seno mitos antiguos y desconocidos para el ciudadano del mundo actual.”
En todo caso, es preciso afirmar unívocamente que la Nación Humana Universal es la expresión exacta del proyecto planetario evolutivo a desarrollarse en este período histórico.
La paradoja cultural
¿Qué son los pueblos sino la expresión viviente de sus culturas? Las culturas, a su vez, son acumulados dinámicos paradójicos. Casi como una proyección del funcionamiento de la conciencia humana, estas acumulaciones generan mandatos desde los contenidos de las memorias colectivas, mientras que a través de la acción transformadora de cada generación, guiada por imágenes de futuro, van incorporando nuevos elementos a su milenario acervo.
En los extremos de esta polaridad histórica, en esta curva espiralada entre lo que fue y lo que será, podemos fijar dos elementos centrales para el análisis. En el núcleo de cada cultura, en su memoria antigua, se encuentran mitos raíces, mientras que en el futuro de todas las culturas está el encuentro con las demás, la conexión, la interculturalidad y la transmutación en nuevas matrices comunes de rasgos mixtos. De la conformación progresiva de este nuevo sujeto histórico colectivo, con creciente aptitud para habitar la Nación Humana Universal, trata el presente texto.
Objeto y sujeto de la Nación Humana Universal como estructura
El Nuevo Humanismo ha aplicado siempre una lógica de estructura, comunicando los espacios internos y externos, ligando ambos aspectos en unidad indivisible y realimentación permanente, sin forjar afirmaciones desde una preeminencia determinante ni una causalidad primigenia.
Es por ello que, para la transformación de la estructura, hemos propugnado una simultaneidad de las acciones, capaz de introducir modificaciones virtuosas tanto en la mentación y conducta individual y colectiva como en las modalidades de organización social.
Al tomar las realidades como un vértice de conjunción entre el paisaje observado y la mirada del observador, se ha concluido que el cambio unilateral de cualquiera de los dos vectores es una condición necesaria pero no suficiente.
En relación al tema que nos convoca y en razón de esta mirada en estructura, es preciso entonces dilucidar, cuales son los factores intangibles, propios de la interioridad colectiva, que deben acompañar a la superación progresiva de límites administrativos, geográficos y geopolíticos para la conformación de una Nación Humana Universal.
El abordaje de estos últimos hace sin duda imprescindible otro trabajo que recoja las múltiples experiencias históricas y evidencie que la progresiva integración de los pueblos, lejos de ser la excepción, es una tendencia permanente.
Los caminos hacia la conformación del sujeto histórico de la Nación Humana Universal
En el presente, en un sector de la población, se manifiesta una virulenta reacción ante el avance del contacto con la otredad, contacto propio del transcurso hacia la mundialización. Aún sin detenernos excesivamente en el punto, señalamos que este rechazo es concomitante con la sensación de inestabilidad producida por las rasantes transformaciones que atraviesan las poblaciones en razón de la revolución tecnológica, la consecuente aceleración del tempo histórico y el debilitamiento y disolución de estructuras sociales sin aptitud de adaptación a los cambios del paisaje en el que se enmarcan.
El registro de extrañeza se presenta con mucha fuerza en aquellas generaciones de edad más avanzada, cuyas memorias encuentran su ancla en un paisaje más lejano, como un mástil ante la tormenta. Pero también personas más jóvenes adhieren a proposiciones regresivas, idealizando imaginariamente tiempos pasados, ciertamente menos inestables, asociando ingenuamente las proclamas salvacionistas a estados de mayor bienestar.
Del mismo modo, la fragmentación progresiva producida por la ruptura de lazos sociales, genera una desgarradora soledad, emergiendo como compensación la necesidad de aglutinaciones alrededor de identidades que suponen fijeza y se fortalecen en base a la diferenciación. Sin duda que aquí se entremezclan nuevamente estos factores subjetivos con condiciones sociales, como la exclusión, la miseria, la violencia, la falta de futuro, en suma, el fracaso absoluto del sistema decadente.
Al mismo tiempo, surge una nueva sensibilidad que acoge y celebra la diversidad, sensibilidad que busca la adaptación creciente a un proceso indetenible y que anuncia su posible consolidación progresiva, una vez que las generaciones nacidas en un paisaje humano de diversidad accedan al poder epocal e instalen sus contenidos, desplazando del centro social a sus antecesores inmediatos.
Podría plantearse entonces una hipótesis mecánica, próxima al laissez faire histórico, según la cual solo sería necesario esperar el recambio generacional para lograr el nuevo estadio social. Sin embargo, nada augura que entre las posturas disímiles que existen dentro de las generaciones jóvenes, triunfe el proyecto más beneficioso.
Por otra parte, al imaginar efectos absolutos de la dinámica generacional, no se toma en cuenta lo suficiente el impacto de la convivencia simultánea de cada vez más generaciones y paisajes en un mismo tiempo histórico, producto del alargamiento de la vida de los seres humanos, coexistencia cuyo correlato es el aumento del abismo y la incomprensión entre las distintas franjas generacionales y el conflicto derivado de diferentes memorias y proyectos.
Por nuestra parte, adherimos a la idea de la historia y la propia constitución humana, como interacción de intenciones, de lo cual derivamos la tesis sobre la necesidad y posibilidad de intencionar (del latín in tendere, tender hacia) entornos sicosociales que favorezcan la multiculturalidad y la interculturalidad como momento de complementación, en el proceso hacia la Nación Humana Universal.
Los mitos como núcleos de ideación cultural
Retomando lo comentado antes sobre las culturas como elementos dinámicos que conservan un núcleo de ideación central, es preciso señalar a los mitos como elemento fundacional de ese núcleo.
Los mitos constituyen no solamente un lejano recuerdo sino un transmisor potente de actitudes básicas, que pueden rastrearse en las conductas de los distintos pueblos hasta el día de hoy.
Dirá Silo: “Cuando descubrimos las tensiones históricas básicas en un pueblo dado nos acercamos a la comprensión de sus ideales, aprensiones y esperanzas que no están en su horizonte como frías ideas sino como imágenes dinámicas que empujan conductas en una u otra dirección. Y, desde luego, determinadas ideas serán aceptadas con mayor facilidad que otras en la medida en que se relacionen más estrechamente con el paisaje en cuestión. Esas ideas serán experimentadas con todo el sabor de compromiso y verdad que tienen el amor y el odio, porque su registro interno es indudable para quien lo padece aún cuando no esté objetivamente justificado.”[2]
Al mismo tiempo, los mitos contienen una suerte de cláusula mandataria de conservación, que habitualmente suele ser expresada en la fórmula “los hijos de tus hijos contarán esta historia por los siglos de los siglos” o incluida en una sistémica veneración de lo ancestral.
Dicho cerrojo de autopreservación conoce sin duda la mecánica de la dinámica humana, por lo que intenta anteponerse a ella con recursos que garanticen su permanencia. Con bastante éxito, si ponderamos la durabilidad de algunos de sus principales fundamentos.
El peso de los mitos, sin embargo, y su perdurabilidad en el desarrollo de las culturas y la historia de cada pueblo, encuentra su fundamento en el hecho de que “Los mitos no son fenómenos racionales, no se forman desde el pensamiento; esa no es la esencia de los mitos, se forman traduciendo señales provenientes desde los espacios profundos”.[3]
En cuanto a los contextos de surgimiento de la narración mítica, agrega Silo en otro apartado del texto citado: “De pronto todo anda muy mal para los seres humanos de una región en una época y en medio de todo ese caos hay cosas que el humano imagina y le dan sentido; esas cosas que le dan sentido pueden ser las relaciones que él establece con sus dioses en esos espacios y tiempos que él registra que están más allá de su espacio y su tiempo habitual y más allá de su muerte.
Lo que realmente sucede es que el ser humano de esa época traduce esas señales que provienen de esos otros espacios y tiempos; las puede traducir de maneras diferentes, como dioses, diosas, muchos dioses, un solo dios, sin dioses… Lo que importa es la traducción de esas señales.”
Y más adelante:
“El mito que es de otro tiempo y de otro espacio de pronto aparece y pega en este espacio y en este tiempo; se introduce en el tiempo histórico y produce un gran impacto. De pronto esas cosas de otro plano impletan en este plano.”
Esta irrupción, concluye Silo, está determinada por “un momento histórico donde todo se viene abajo creando un gran desorden que se apodera de la gente y se origina un gran clamor.”
Aligerar el peso de la prehistoria humana
En un largo proceso de adaptación creciente a las dificultades presentadas por el entorno natural, los grupos humanos fueron creciendo y expandiéndose, siempre en búsqueda de encontrar mejores condiciones de vida y transformando aquellas condiciones que se presentaban como adversas. Al hacerlo, fueron también mutando su propia condición.
Por otra parte, el encuentro con otros grupos humanos fue siempre una mezcla de extrañeza, temor ante el posible peligro, pero también fuente de curiosidad e intuición de potencialidades desconocidas. En algunos casos, los pueblos optaron por una convivencia pacífica, conservando una prudente distancia. En otros, el encuentro no tuvo un carácter fraterno, sino que se caracterizó por la violencia que obligó al combate, el sometimiento o la huida a otros parajes.
En cualquiera de las situaciones y más allá de quien fuera el vencedor situacional, ninguna cultura quedó indemne del contacto con la otra.
En algunos casos, los conquistadores exigieron una forzada aculturación y el reconocimiento de las normas, hábitos y creencias de la cultura dominante como “cultura avanzada”. Frente a ello, los pueblos sometidos se resignaron a la violenta doblegación para no sucumbir o adoptaron con cierto grado de consentimiento la nueva fe. En cualquiera de las opciones, los mitos fundacionales de dichas culturas continuaron vivos. En ocasiones, revistiendo el antiguo culto con formas e imágenes aceptables para el poder dominante, otras veces, siendo conservado en la intimidad por los pueblos dominados a través de sus ritos sagrados.
Más allá del aparente triunfo de la cultura dominante, las culturas subyugadas también lograron influir, imprimiendo trazas propias sobre aquéllas.
Por otra parte, no todos los imperios invasores impusieron a otros sus propios usos culturales. Hubo también los que respetaron la diversidad e incluso, quienes reconocieron en las culturas sometidas elementos civilizatorios de superior calidad, asimilándolos como propios.
Cualquiera fuera el signo del encuentro y la opción adoptada por los pueblos, emergió de esa relación un sujeto cultural modificado, el cual absorbió elementos míticos presentes en ambas culturas.
Hace ya casi cuarenta años, en el transcurso de una Charla magistral, Silo explicaba: “El entrecruzamiento de culturas, a medida que se desarrolla, impondrá nuevos elementos al trasfondo de cualquier sociedad, de manera que ésta empezará a responder conductualmente fuera del paisaje inmediato que le tocó desarrollarse inicialmente.
Desde luego que no sólo las sociedades cerradas se verán afectadas por ese nuevo fenómeno de interpenetración cultural. También las ideologías y las religiones, como formadoras y conservadoras de trasfondos sociales, recibirán el impacto.
Y por cierto, que así como sociedades más fuertes invadirán el espacio psicosocial de las más débiles, éstas terminarán provocando modificaciones en sentido inverso, siempre y cuando no sean esterilizadas totalmente antes de ser invadidas.
Hasta qué punto una sociedad puede ser cerrada, o hasta qué punto una ideología o religión, hoy puede impedir la interpenetración de copresencias, es tema de discusión. Pero en todo caso, el sólo hecho de la utilización de tecnología, aunque fuera utilizada con intereses limitantes, llevará a la interpenetración final. Esto será así, porque aún los objetos tecnológicos son productos de conductas sociales que responden al mundo desde un sistema de representación. Y todo ello sin tener en cuenta, que tal tecnología abre las conciencias a la comunicación planetaria.”[4]
¿Cómo introducir entonces horizontes evolutivos en este momento histórico de interconexión cultural e intercomunicación tecnológica ya avanzada? ¿Cómo hacer que esta interpenetración favorezca el surgimiento de la Nación Humana Universal?
En todo caso, la interpelación es a quienes reconozcan este propósito como propio y en particular, a quienes se propongan extender su influencia en este sentido. En otras épocas históricas, dicha función se concentró en un individuo histórico o mítico, pero no sabemos si en las actuales circunstancias esto podrá realizarse del mismo modo o apelando a imágenes presentes en todas las culturas.
Reconocimiento y reconciliación con la propia cultura
En aras de propiciar el surgimiento del sujeto histórico colectivo cuyos atributos permitan el avance del proyecto de Nación Humana Universal, ante todo, es preciso verificar y reconocer la poderosa influencia de las memorias culturales en todas las sociedades.
Memorias culturales que, en el caso de sociedades más cerradas, conservan elementos más uniformes y en el caso de sociedades más abiertas y expuestas a múltiples interacciones culturales, presentan un mosaico de diversidad y a su vez, de variadas impresiones en el tejido de una cultura relativamente común.
A la hora de reconocer las memorias culturales y su influencia en el proceder vivo de los seres humanos, se interponen diversos factores. Entre ellos, en la actualidad, el brutal intento del imperialismo cultural occidental de imponerse y moldear la conciencia de los demás pueblos.
Por otra parte, en sociedades centralistas, los poderes se resisten a este reconocimiento, calificándolo de retroceso divisionista y forzando una identidad compartida ficticia. Esta falacia será desmentida más adelante, evidenciándose las realidades culturales a través de profundas grietas y rupturas, llegando incluso al conflicto violento.
Por último y sin agotar otros vectores de resistencia en el transcurso de este reconocimiento, ocurre que importantes segmentos sociales están resentidos con un componente cultural presente en su memoria y optan por su negación. Este resentimiento encuentra su origen generalmente en la imposición forzada de un tipo cultural en el que el poder establecido se autocalificó como “cultura superior”, obligando a las poblaciones bajo su dominio a reconocerse como “inferiores”, siendo violentados en esa condición, cuya naturalización abrió el camino a la explotación, el flagelo y la muerte.
Hoy ya está en curso un potente esfuerzo por atravesar esas barreras y reconocer en la propia interioridad aquellos factores culturales que sin duda alguna operaron en nuestra formación temprana y se evidencian en muchas de nuestras preferencias, hábitos y conductas colectivas.
Desde la aceptación de la presencia actuante de la acumulación cultural en la memoria histórica, y desde el reconocimiento de sus mejores elementos, surge la posibilidad de reconciliación con la propia cultura.
En este contexto, reconciliación se refiere a la posibilidad de integrar al flujo de la conciencia contenidos que han quedado cristalizados con el objeto de superar el resentimiento y posibles deseos de revancha o venganza.
Esta reconciliación no tiene tampoco porqué llevar a una identificación confrontativa. Más bien sugiere, en primer término, la reflexión sobre la fuerza compulsiva que ha llevado y lleva al propio pueblo y a uno mismo a actitudes no elegidas y a verificar de un modo muy atento los errores cometidos y pensar de qué forma éstos pueden ser reparados desde una elección libre.
Del mismo modo, en este proceso de reconciliación, es imperativo constatar las virtudes y el aporte positivo que cada pueblo ha desarrollado desde sus circunstancias particulares y que el movimiento de la historia deposita hoy como semilla en la fértil tierra de una posible intención de construcción convergente.
Citando a Silo “Es sabio quien conoce sus modelos profundos y más sabio es aún quien puede ponerlos al servicio de las mejores causas.”[5]
Reconocimiento, reparación y reconciliación entre culturas
Al tomar contacto con estos paisajes internos, se abre la puerta al reconocimiento del mismo fenómeno en las demás personas, pueblos y culturas.
Sin necesidad de estudios profundos, pueden distinguirse en otras personas hábitos característicos, que se corresponden con la composición cultural de la que provienen, en la que predominan sustratos míticos antiguos, más difíciles de advertir.
A estas alturas, se hace necesario formular una prevención: Lejos de acercarnos a estas cuestiones desde una óptica determinista, el Nuevo Humanismo afirma la intencionalidad como característica definitoria de la conciencia humana; con lo cual, la apreciación de las pulsiones culturales vivientes en el interior de los individuos y los pueblos es considerada aquí como un modo de emprender acciones transformadoras y liberadoras desde una mayor comprensión.
Más allá de todo esfuerzo unilateral de reconciliación, para propiciar vía de entendimiento, tanto entre los pueblos como en cualquier otro caso, se hace necesario considerar con mucha atención las medidas de reparación. En términos intangibles, el saludable rescate de elementos culturales que fueron silenciados por culturas opresoras, es un paso imprescindible en la reparación, posibilitando así que esas experiencias puedan ser recuperadas y devueltas al caudal de la historia futura, de la que se pretendió extirparlas.
Pero la reparación exige también la implementación de acciones afirmativas que logren equilibrar injusticias anteriores. Dada la distancia histórica, estas acciones deben traducir a la época actual, la vocación de paridad y equidad entre los pueblos. Como simple ejemplo, mencionamos que las injusticias y carencias que produjo y sigue produciendo la violenta apropiación colonial por parte del Norte global, deben hoy no solo acabar como práctica, sino que deben dar lugar a una reparación completa del expolio a través de la condonación de deudas, la transferencia irrestricta y no lucrativa de tecnología, el cese de absorción de profesionales, el comercio justo y, más en general, la reconfiguración del sistema de relaciones internacionales teniendo como prioridad la equiparación de derechos y oportunidades para todo el género humano. Como lo indica el lema “Nada por encima del ser humano y ningún ser humano por debajo de otro.”
Como podrá apreciarse, rescatamos aquí nuevamente aquella estructuralidad apuntada anteriormente, según la cual, el progreso humano debe acometerse desde una dimensión sicosocial.
El avance hacia la reconciliación se produce en la medida en que se reconocen no solo los errores, sino también las virtudes de las demás culturas. Virtudes que, envueltas en una sensibilidad solidaria, son los elementos esenciales para la construcción del tejido social constitutivo de un momento Humanista Universal.
El mito común
Hasta aquí hemos apreciado la diferencia y la complementación cultural. Para completar estas ideas incipientes, se hace evidente la necesidad de preguntarnos por la síntesis de este proceso, es decir por aquel sujeto histórico colectivo habitante de la Nación Humana Universal.
La imagen guía en este punto no es la de aquellos modelos de ciencia ficción que admiramos durante la niñez, cuyos personajes iban ataviados con brillantes trajes intergalácticos. Aunque la interacción colaborativa creciente de científicos de diversas naciones en las estaciones espaciales internacionales y en muchos otros ámbitos, es un indicador del camino ya iniciado.
A lo que nos referiremos aquí es al posible elemento común que conecte y dé un sentido convergente a las distintas culturas, conformando así un sujeto histórico con un núcleo de identidad compartida.
No puede haber duda que este núcleo encuentra su fundamento en el reconocimiento de la común humanidad. Es decir, de aquello que, más allá de las diferencias de menor grado, nos conectan como seres de la misma especie.
Para despertar esta comprensión, no basta con un tenor ideológico o conceptual, sino que es preciso invocar las fuerzas profundas que dan origen a los mitos, y que en este tiempo, ayuden a llevar a la humanidad al encuentro compasivo y a la formación de una comunidad planetaria en base a su esencial identidad humana.
Como en todo mito se requiere una experiencia de conexión con lo sagrado, accediendo a los espacios comunes en el seno de la interioridad humana. Como lo expresó Silo: “Si tu profundizas en ti y yo profundizo en mí, allí nos encontraremos.”
A fin de modificar en profundidad el trasfondo sicosocial, será también necesario un argumento con imágenes precisas, que cuenten con el motor de la convicción, que permitan introducir elementos transferenciales y eluda las resistencias de los trasfondos culturales.
La dificultad actual de reconocerse comunicados en estas experiencias, está en el excesivo y posesivo celo que las distintas corrientes han dado y dan todavía a sus particulares ritos, que en su etapa fundacional sirvieron como andamios para conectar con verdades profundas y movilizadoras. Luego, atrapadas en el ciclo habitual de desarrollo, decadencia y finalmente en una cristalización no adaptativa, violentaron a sus fieles y a quienes no comulgaban con esas prácticas, exigiendo costumbre en vez de aportar a su liberación.
Entonces, el valor transferencial de un nuevo mito incluyente radicará en despejar el camino al buen conocimiento, al contacto con el sentido trascendente, con la luz interior y su evolución, con la experiencia de comunión universal, comprendiendo a los diversos ropajes culturales como una envoltura, como el magnífico cofre en el que se entrega el regalo y no como el regalo mismo. De este modo, la búsqueda de los significados comunes presentes en todas las culturas, que direccionan a los conjuntos humanos a evolucionar como especie, adquiere un sentido mayor.
La Nación Humana Universal aparece entonces como una imagen transferencial con la aptitud de convertirse en el mito social de este tiempo, siendo la humanización de la Tierra a su vez expresión de aquel propósito trascendente.
Por último, como un hálito de certeza y un haz de esperanza, recordamos, una vez más, las palabras de Silo en Punta de Vacas en ocasión de la primera Celebración Anual de la Comunidad del Mensaje (4/5/2004) :
“Estamos al final de un obscuro periodo histórico y ya nada sera igual que antes. Poco a
poco comenzara a clarear el alba de un nuevo día; las culturas empezarán a entenderse;
los pueblos experimentarán un ansia creciente de progreso para todos, entendiendo que el
progreso de unos pocos termina en progreso de nadie. Si, habrá paz y por necesidad se
comprenderá que se comienza a perfilar una nación humana universal.”
Muchas gracias.
[1] Con extractos del Diccionario del Nuevo Humanismo. Silo.
[2] Silo. Mitos Raíces Universales. Obras Completas Vol. I. Editorial Plaza y Valdés
[3] Conversaciones con Silo. 6 entrevistas de Enrique Nassar. Recopilación de Andrés Koryzma. Ediciones León Alado (2020)
[4] Charla magistral de Silo. Rio de Janeiro, 4 de enero de 1982. Recuperada de http://sabiosguerrerosypoetas.blogspot.com/2013/12/modificacion-del-trasfondo-psicosocial.html
[5] Silo. Humanizar la Tierra. El Paisaje Interno. Cap. XVI Los Modelos de Vida