Predecir, adivinar, ha sido desde tiempos muy lejanos un oficio tan importante como arriesgado. Así como en las primeras comunidades humanas la sabiduría del hechicero era ley, el poder de vaticinar lo no acontecido, por su manifiesta suprasensorialidad, convertía a sus portadores de todas las épocas en personas especiales, dignas de reverencia, pero también de castigo si lo predicho no coincidía luego con los hechos. De este modo, según el rigor del caso, la mofa, el escarnio público, el destierro o la más espantosa y atroz muerte eran la recompensa que los poderosos reservaban a aquellos valientes cuyas videncias no se ajustaban a lo que se veía luego o acaso a lo que se quería ver, mientras que grandes honores y placeres eran ofrecidos a los que con sus servicios, eran indispensables en tanto útiles a la preservación de aquellos gobiernos. Por lo cual seguramente los verdaderos futurólogos bien habrían de callar si veían que el resultado de su predicción incluía como premio la propia ejecución.
En nuestro caso, el hecho de haber nacido en épocas donde el racionalismo es la fe gobernante – aún cuando en firme contraste con hábitos populares - constituirá un serio impedimento para que la intuición sobrevuele con libertad la apariencia de los sucesos, develándonos los mágicos hilos en los que se enhebrarán sociedades futuras.
Sin embargo, tenemos la fortuna de contar con una herramienta excepcional. El método Estructural Dinámico será el que nos ayudará a penetrar de diversos modos la prismática y poco apresable “realidad” y en ese acercamiento acaso nos permita develar qué podrá ocurrir en el corto plazo con aquellos Imperios a los que alegóricamente hemos dotado de alas de Dragón y Águila.
Intentaremos equilibrar nuestra impericia metódica con cierta virtud intuitiva para arribar a algún resultado al menos posible, pero desde ya contamos con el error y un casi seguro fracaso que por otra parte - al menos - habrá servido para cultivar el estudio y la valoración de multitud de estructuras y relaciones desconocidas hasta ahora, tanto para nosotros como quizás para nuestros lectores.
Por último, esperamos no ser excesivamente castigados por nuestros “augurios”, de alguna manera emparentados con la tarea de aquellos sacerdotes romanos, los augures, que basaban gran parte de sus predicciones en la observación del comportamiento de las aves. Veamos entonces qué será del Dragón y qué del Águila.
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La Caída del Dragón y del Águila.pdf | 2.59 MB |