Antes de entrar en el corazón del debate sobre lo que es el Buen Conocimiento, me gustaría aclarar la posición del Humanismo Universalista sobre algunos temas relacionados con el concepto de conocimiento. Mi punto de referencia es el trabajo de Silo Notas de Psicología.
¿Qué es el conocimiento?
Cuando hablamos de conocimiento, nos referimos a una forma determinada de trabajar del psiquismo humano frente al mundo externo. Nuestra especie tiene habilidades psicológicas únicas entre los animales: imagina cosas que no existen; piensa de manera abstracta; transfiere ideas a través del lenguaje hablado y escrito; crea actividades de entretenimiento como el arte, la música y la literatura; se comporta de acuerdo con reglas y tradiciones culturales e inventa nuevos objetos y conceptos que componen la tecnología y la ciencia. Hemos pasado de los primeros grupos de cazadores y recolectores a los grandes imperios con organizaciones de millones de individuos, convertidos hoy en miles de millones. Este camino de la especie se puede ver, desde el punto de vista del conocimiento, como el nacimiento, la acumulación y la correlación continua de un corpus cada vez más vasto y articulado de información, comunicaciones, aprendizaje, significados y representaciones.
Se dice que un hombre en el siglo dieciocho había logrado leer todos los libros disponibles por aquel entonces. Hoy, obviamente, esto sería imposible, porque el conocimiento ha aumentado de manera exponencial gracias a la posibilidad del archivo electrónico. Y esto sin contar el conocimiento no escrito: prácticas de cientos de trabajos manuales y artes transmitidas de maestro a alumno; recetas de cocina de tradiciones olvidadas o la sabiduría de las meditaciones de pequeños cultos, solo por mencionar algunas cosas que nunca encontraremos en los libros.
Pero todavía no hemos entrado en la pregunta: la naturaleza del conocimiento humano.
Silo afirma que la conciencia es activa e intencional. Construye sus representaciones (es decir, el conocimiento) sobre la base de una intencionalidad constitutiva que completa cada acto mental con percepciones, recuerdos e imaginaciones. La conciencia no es pasiva frente el mundo, porque con la actividad de representación y la acción consecuente, contribuye a transformar el mundo de acuerdo con una dirección deseada por el sujeto. Al mismo tiempo, la conciencia se constituye gracias al mundo, ya que le proporciona el material para funcionar. En resumen, el pensamiento, que tiene lugar dentro del cuerpo, sale al exterior gracias a la acción, y el mundo entra en la mente gracias a los estímulos, formando una estructura interdependiente que Silo llama conciencia-mundo. Gracias a esta estructura, la información simple se convierte en conocimiento, porque hay un individuo que actúa en el mundo con un interés preciso. El conocimiento no es neutral, sino que es significativo para quien lo posee, porque está relacionado con sus necesidades y aspiraciones. El conocimiento es un aspecto de la estructura conciencia-mundo de la que cada ser humano forma parte: no es una serie sin fin de declaraciones más o menos verdaderas acerca de la realidad, sino un proceso continuo en el que cada individuo, con su existencia concreta, está involucrado en el espacio-tiempo específico en el que se encuentra, en una relación inseparable con otros seres humanos.
Aún más importante, el conocimiento no solo implica la comprensión de los fenómenos, sino también una mente consciente de sí misma. Desde Sócrates, que afirmaba la importancia de reconocer que "solo se sabe que no se sabe", hemos heredado el valor de reflexionar sobre nosotros mismos y sobre nuestros procesos cognitivos para llegar a ver la situación de ignorancia en la que cada uno se encuentra y sentir este vacío del conocimiento como motor del deseo de aprender sin límites. Nuestra ignorancia es parte de nosotros, y reconocerla, en un impulso humilde pero valiente, impone la responsabilidad de seguir aumentando nuestro conocimiento, en una evolución sin fin, como individuos y como especie. Incluso Descartes, con su Cogito ergo sum (pienso, luego existo), nos devuelve al conocimiento fundamental: detrás de todo conocimiento hay una mente que lo usa y lo correlaciona, una mente que no solo lo ha pensado, pero que también es consciente de ser una mente. Paradójicamente, o tal vez de manera —misteriosamente— bastante coherente, en esta era tan compleja, en la que el ser humano sueña con llegar a Marte, explora territorios nunca explorados, en la que nos preguntamos cuál es el límite externo de nuestro Universo, empujándonos cada vez más hacia el exterior de nuestra percepción, el ser humano de hoy es cada vez más una interioridad que se descubre a sí misma, una mente que quiere saber cómo se formó y cómo funciona, cuáles son los límites y las posibilidades de su percepción interna, en un proceso de profundización que se retroalimenta virtuosamente, yendo más allá de los límites culturales y psíquicos hacia nuevas etapas de desarrollo de la conciencia.
Entonces, cuando hablamos de BUEN conocimiento, ¿a qué nos referimos?
Detrás de todo conocimiento hay una mente que lo produce o lo usa según una dirección específica del sujeto. Esta dirección tiene que ver con el deseo básico de evitar, disminuir o cesar el dolor y el sufrimiento que el ser humano experimenta en su vida. Aunque la vida de cada uno puede ser muy variable, hay una dirección que ha guiado a nuestra especie durante miles de años, y es la de evitar el dolor y el sufrimiento y buscar el placer, en un movimiento continuo de huída y acercamiento. Con el tiempo, este impulso mecánico se ha convertido en una aspiración individual y colectiva hacia la superación del dolor y el sufrimiento mediante la transformación de las condiciones en las que cada persona se encuentra viviendo. La primera revolución en la cognición humana ha sido darse cuenta de que se pueden cambiar las condiciones hostiles y operar voluntariamente para hacerlo.
Silo afirma que, en función de lo que hagamos ante el dolor y el sufrimiento, nuestro horizonte existencial puede ser de tres tipos: de desadaptación —cuando nuestra influencia en el mundo disminuye—, de adaptación decreciente —cuando aceptamos las condiciones establecidas— y de adaptación creciente —cuando aumentamos nuestra influencia, nos rebelamos contra las condiciones que crean dolor y sufrimiento, decidimos cambiarlas y, por lo tanto, ampliamos la libertad personal y social—. En los tres casos, la elección atañe al individuo, pero repercute en todas las personas con las que tiene relación.
Cualquier conocimiento puede tomar tres valores diferentes según las elecciones de cada ser humano. Todo conocimiento concebido y utilizado para superar el dolor y el sufrimiento, para la creación de horizontes vitales de adaptación creciente, representa un BUEN conocimiento. En sí mismo, el conocimiento no es ni bueno ni malo. Buena o mala es la dirección de las acciones humanas.
Sintetizando...
El conocimiento es el proceso por el cual el ser humano, al entrar en relación con el mundo y consigo mismo, supera las carencias y las limitaciones impuestas por su cuerpo, naturaleza y cultura creando nuevos conceptos y nuevos objetos que se extienden más allá del perímetro de la mente individual, convirtiéndose, al menos potencialmente, en patrimonio de toda la Humanidad. Estas creaciones permiten el acceso a nuevas experiencias, y se convierten en parte del trasfondo psicosocial de generaciones sucesivas, ampliando así las posibilidades evolutivas de los individuos durante su ciclo de vida y de toda la especie en el largo plazo.
Buena o mala es la dirección de cada acción humana evaluada en función del plan más elevado de los destinos de nuestra especie, que no ha terminado su evolución y se dirige a territorios desconocidos del Cosmos y de la vida interior. El Buen Conocimiento trabaja por la evolución humana que, entre intentos, fracasos y comprensiones, se desarrolla hacia lo complejo y lo universal, hacia la libertad y la felicidad, más allá del límite de la muerte que todavía nos parece el sufrimiento insuperable.