Momento de ruptura y momento de reparación

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Matriarcado, patriarcado y futuro1

Espero que este breve relato os sorprenda y os abra la esperanza hacia un buen futuro. Porque gracias a esta investigación hemos encontrado señales muy bellas de una cultura matriarcal que desapareció. Y con esto estamos aportando al Buen Conocimiento.

Este estudio en desarrollo está en una fase muy avanzada. Esperamos que en los próximos 10 meses esté terminado y se pueda publicar. Esta investigación recorre la prehistoria desde el paleolítico superior hasta los momentos previos a las grandes civilizaciones para descubrir cuál era el signo de estas culturas en formación. Así estamos recorriendo la Europa neolítica de la cultura de los megalitos y de la llamada “Vieja Europa” de Gimbutas; paseamos por Creta antes de la llegada de los griegos y Anatolia antes de la entrada de los indoeuropeos; el Egipto predinástico; Mesopotamia antes de Sumeria; el valle del Indo con las ciudades de Harapa y Mohenjo Daro; la China antes del imperio; y en América, los Andes antes de los Incas y Mesoamérica previa al surgimiento de las civilizaciones Maya y Azteca.

El estudio intenta echar luz al momento de ruptura que describe Silo en la conocida carta a Karen: “pero hay en el origen de esta nueva rota una ruptura que nunca pudo ser transferida, que nunca pudo ser rellenada y tal situación mental y psicosocial también se está acelerando sin solución. Al hablar de esto no estoy diciendo que haya que retroceder 10.000 años sino, por lo contrario, que hay que desbloquear y transferir contenidos colectivos del sustrato matriarcal y ponerlos a disposición de la imaginería colectiva.”

Entonces ¿Qué ocurrió? ¿Cómo, dónde, cuándo y, sobre todo, por qué se produjo esta ruptura? Estas son las preguntas que intentamos contestar con un estudio profundo y amplio. Y en base a lo que estamos rescatando y a una nueva actitud histórica que ya está surgiendo revelaremos un nuevo futuro.

El estudio ya puede aportar conclusiones claras respecto de la situación en el paleolítico y el neolítico en Europa, Anatolia, Creta, el valle del Indo y China. Y aun queda camino por recorrer en la investigación en Egipto predinástico, en Mesopotamia antes de Sumeria, y las pre‐civilizaciones americanas. ¿Cuáles son estas conclusiones?

Primera. Al final del paleolítico y durante los primeros milenios del neolítico –hasta hace aproximadamente 10.000 años‐ desde Irlanda hasta el mar de China todas las sociedades presentaban ya claros indicios de un matriarcado incipiente.

Algunas de estas sociedades se van desarrollando en algunos lugares hasta crear verdaderas culturas matriarcales. Se estructura la sociedad, se estructuran los mitos y los dioses –mejor dicho, las diosas‐, aparecen ciudades, aparece el comercio, y una atmósfera social determinada.

Claros ejemplos de estas culturas matriarcales que se desarrollan son: la cultura del sudeste europeo que Gimbutas llama de la Vieja Europa; la cultura de los megalitos que llega a su máxima expresión en el matriarcado de Malta; la cultura matriarcal de Anatolia que cristaliza en las ciudades de Çatal Höyük y Hacilar; la civilización cretense que desarrolla una bella sociedad matriarcal, la última en desaparecer en esta parte del planeta, hacia el 1.400 a.n.e. que es cuando entran los griegos a esta isla; la cultura del valle del Indo con las impresionantes ciudades de Mohejo Daro y Harapa; y todas las culturas previas al imperio chino. Muchas de estas culturas chinas matriarcales con el paso de los siglos van perdurando y mezclándose. Algunas de ellas desaparecen tan solo hace 100 años y la conocida sociedad matriarcal de los Muso o Musuo está desapareciendo ahora, ante nuestros ojos.

Esto nos muestra un panorama muy diferente de lo que creíamos o de lo que nos habían contado. Un manto matriarcal cubría esta inmensa área, no era uniforme sino que avanza en desarrollos desparejos.

Segunda. Aproximadamente entre el 8.000 y el 6.000 a.n.e. se produce una divergencia en las aéreas que hemos estudiado. Se abren dos líneas de desarrollo muy claras: por un lado avanza una línea hacia culturas sedentarias, agrícolas, matriarcales e igualitarias. Por otro lado surgen culturas nómadas, ganaderas, cazadoras, patriarcales y jerárquicas. Estas culturas nómadas que han aprendido a domesticar los animales aparecen en las estepas que van del norte del Caucaso a la actual Kazajistan por un lado y, por otro, en la franja de sabana entre el Nilo y el mar Rojo que en ese momento tenía un clima que no era desértico.

La primera de estas zonas al norte del Cáucaso y Kazajistan verá nacer la cultura de los Kurgan que va a sembrar el germen de las posteriores tribus indoeuropeas que en su expansión guerrera aplastarán las culturas matriarcales de Europa, Anatolia y el valle del Indo. Así empieza una historia terrible de guerras y violencia que desde hace 8.000 años domina la historia de Occidente. Esta cultura tiene los siguientes fundamentos: primero, el valor del ser humano se establece en base al valor de sus posesiones materiales. Segundo, el valor del ser humano se apoya en la capacidad de dominio sobre los otros seres humanos. En este preciso momento de la historia aparece la explotación del hombre por el hombre. Y tercero, en el concepto de la vida post‐morten se proyectan los valores y placeres de esta vida. Así, el paraíso es una continuación de lo mejor que uno se puede imaginar en base a los valores de esta vida: en el más allá continúan las jerarquías, el disfrute material de placeres “corporales” sin límite, el afán de acercarse a los superiores, sean dioses o faraones. O sea, una visión muy materialista. La muerte es algo trágico y dramático y por tanto se desarrollan enormes templos y tumbas que llegan a su máximo esplendor en Egipto. Esto alimenta una atmósfera social dura, exigente, competitiva, violenta, discriminatoria, humillante, en afán de éxito. Se desarrolla una vida materialista en afán del éxito sobre los demás desconectando valores humanos, desconectando la bondad y rompiendo la hermandad.

En contraposición, están las culturas matriarcales. Esto que voy a contar es sorprendente, un poco increíble. Las culturas matriarcales desarrollan sociedades pacíficas, igualitarias, poéticas, flexibles y blandas. Les gustan las atmósferas suaves, colaborativas, no personalistas, flexibles, adaptativas. Apenas existen jerarquías, no hay afán de dominio, no hay escenas de caza, ni de batallas, no saben hacer la guerra. Pongamos un ejemplo.

Hagamos un corte histórico hace 4.000 años. Comparemos tres fotografías: el Egipto de las pirámides y faraones, Mesopotamia en su esplendor y la Creta matriarcal. Egipto y Mesopotamia tienen las mismas bases: son sociedades muy jerarquizadas, con grandísimos monumentos funerarios o de culto, amantes de escenificar las batallas victoriosas sobre los enemigos y la caza de las grandes fieras. La historia de ambas civilizaciones muestra un personalismo muy grande y un patriarcado muy marcado. Se conocen los nombres de todos los faraones durante 3.000 años y ellos aparecen encumbrados en las representaciones de templos y tumbas. La estructura de la representación es muy clara: el dios en lo alto bendice al faraón que se representa magnífico y en menor tamaño los ayudantes. Los súbditos no se representan. Los temas principales son las batallas victoriosas, el éxito en la caza y los ritos funerarios. Hay diferencias entre Egipto y Mesopotamia pero las líneas básicas son estas.

En Creta aparece una atmósfera radicalmente diferente. No se conocen los nombres de los gobernantes sean estos mujeres u hombres. No se conocen sus hazañas, ni siquiera aparecen representados. No hay escenas de batallas, ni de caza. No hay magníficos templos ni impresionantes tumbas. Las pinturas reflejan movimiento, flexibilidad, armonía, un gusto estético suave pero brillante. Ahí aparecen representados en fiestas, bailando, saltando el toro, se ven pájaros multicolores, bellas mariposas, flores y animales fantásticos y símbolos de la diosa por todas partes con diferentes representaciones. Los enterramientos son sencillos, y los lugares de culto son las grutas, las cumbres de las montañas y algunos rincones de las casas. Y, otro hecho fundamental, la distancia social entre las capas sociales es muy poca. Sí, estamos hablando de una sociedad básicamente pacífica, que no tenían cultura de la guerra, no tenían murallas, era igualitaria y amable.

Como ésta eran las otras sociedades matriarcales que cubrían gran parte del mundo antiguo hasta que fueron borradas de la historia por la brutalidad del patriarcado. Y

¿Cómo podemos explicar esto? ¿Por qué sucedió esta divergencia, esta ruptura?

El hecho es que ambas tendencias reflejan en su estilo de vida, en su estructura social y sus mitos su actividad material. Expliquemos esto. Los nómadas ganaderos dominan a los animales y los cazan. Observan además como los machos de sus rebaños pelean y vencen y dominan a las hembras descubriendo por observación que las características del macho pasan a las crías. Así llegan a relacionar el acto sexual con el embarazo, con la importancia de este hecho para la continuidad en la procreación de los machos. Ellos dominan y domestican los animales herbívoros consiguiendo sobre el 5.000 a.n.e. cabalgar a lomos de caballos con una gran sensación de victoria. Luego construyen carros y ganan en velocidad en los desplazamientos. Así se despliegan sus sociedades que tienen como fundamento la competitividad y la acumulación material; e igual que el macho domina el rebaño, ellos dominan a sus semejantes y pelean por la tierra y las manadas de animales. Sus imágenes referenciales son el águila, el lobo, el león y el Sol.

Los agricultores sedentarios observan el ritmo de la naturaleza y los dones que la tierra ofrece. Los ritmos de los cereales y de los frutos fundamentan sus mitos. Estos frutos que recogen y parecen muertos pero que luego de sembrados y del invierno vuelven a renacer. Esto para ellos es el gran misterio. La Gran Diosa Madre les da la vida y la muerte, domina los ciclos y gobierna la naturaleza mostrándose en grutas, ríos y animales. Construyen poblados y viven en hermandad, como son hermanos un fruto de otro fruto, un árbol de otro árbol. Son sociedades colaborativas, no competitivas. Sus imágenes de referencia son la Gran Diosa Madre en diferentes presentaciones, el agua como generador de vida, la luna, el toro –los cuernos‐ y los símbolos sexuales.

Entiendo que cuesta creer que había unas sociedades en hermandad. Pero cada vez que leo la descripción de una sociedad matriarcal, sea esta en China, en Creta, en Anatolia, o en el valle del Danubio, aparecen estas atmósferas.

Pero hasta el día de hoy, hasta el presente momento histórico, nos ha traído el patriarcado. Este patriarcado que tanto malestar, destrucción y sufrimiento ha generado. Hasta aquí nos ha traído y ya no va a continuar más. Ahora el patriarcado está cayendo. Ya no tiene vuelta atrás. Y esta caída está generando una profunda crisis porque este sistema social de 8.000 o 10.000 años se derrumba. Gracias a esto tenemos una gran oportunidad para avanzar hacia nuevas posibilidades, hacia nuevos futuros.

Mientras el viejo mundo va muriendo en una lenta línea descendente, el nuevo mundo está ya entre nosotros dando señales en línea ascendente. En los próximos decenios veremos ‐sin catástrofes sociales, sin apocalipsis, sin genocidios, sin sustos‐ como estas líneas se cruzan y la ascendente superará al viejo mundo que, agotado, desciende más y más. Nosotros avanzamos hacia un futuro positivo, con dificultades, pero un nuevo futuro limpio, alegre. Nosotros avanzamos hacia el futuro sin miedo, con fe en nosotros mismos, con fe en el ser humano.

Los procesos son lentos, llevan su tiempo. No van a ocurrir las transformaciones como en las películas: de un día para otro. No estamos hablando de una revolución, sino de algo mucho más profundo y trascendente para la historia humana: “Porque detrás de esa señal están soplando los vientos del gran cambio”, dijo Silo en 2005 en la inauguración del Parque La Reja.

Es muy probable que el momento de inflexión pase desapercibido porque nosotros seguimos mirando el mundo con una mirada vieja, esperando acontecimientos que no ocurren ni van a ocurrir; no vemos, o degradamos, los signos del nuevo mundo.

Por último recalcar que, desde mi punto de vista, un nuevo mundo, una Nación Humana Universal, no es una ilusa utopía. No, esto es algo que ya hicimos hace mucho tiempo –en pequeña dimensión‐ y que volveremos a hacer pronto, porque está en lo profundo de los seres humanos dando señales, llamándonos. Y esta vez lo haremos mejor.

El camino hacia el nuevo mundo no va por la lucha de ideas ni de personas, no va por la victoria sobre los enemigos. No creo que se avance hacia un nuevo futuro en lucha interminable contra la maldad. No creo en la lucha de ideologías. Las ideologías ya no mueven el motor social.

El camino hacia el nuevo mundo va por la superación de la venganza, va por los testimonios de reconciliación, ya se ve en el trato afectivo al extraño, se manifiesta en la compasión y en la bondad puesta en las acciones, se vive en la búsqueda de una atmósfera espiritual de la vida, se expresa en el contagio de que hay algo muy lindo después de la muerte.

Esto es todo por ahora, muy agradecido por vuestra atención.

 


1 El presente estudio está incompleto en tres aspectos. Primero, necesita avanzar y profundizar en varias áreas de pre‐civilización. Segundo, es fundamental realizar una descripción fenomenológica de la ruptura psicológica en el interior del ser humano. Y tercero, rearmar la imaginería trasferencial correspondiente para reparar la brecha. De esta última parte, en los últimos párrafos de este escrito colocamos los cimientos.